SANT CEBRIÀ DE HORTA. BARCELONA, DIVULGACION HISTORICA. VOLUMEN V (1948)

 

La manca
d’informació històrica que gira al voltant de Sant Cebrià d’Horta fa
interessant la cerca de qualsevol font fiable. Els vuit volums de Barcelona,
Divulgación històrica, recullen un seguit de retransmissions radiofòniques que
dirigides per l’Agustí Duran i Sanpere feien referència a diversos aspectes
històrics i culturals de la vida barcelonina, retransmissions que foren
recollides en aquests volums i que sens dubte són d’indubtable valor.

El seus continguts
són signats per importants historiadors i arxivers de l’època que en un marcat
accent gris del període de post-guerra a Barcelona aportaven un cabal
d’informació que escapava de la història oficialista del règim.

En el cas de Sant
Cebrià d’Horta, fou Josep Maria Madurell i Marimón, historiador i arxiver de
l’Arxiu General de Protocols de Barcelona i del Museu Marítim qui en parlà en
les emissions de l’Institut Municipal d’Història de Ràdio Barcelona, en
castellà òbviament, i és en aquesta llengua que es recollit el present text que
seguidament transcrivim pel seu interès, de manera íntegre.

Lluís Jordà i Roselló

SANT CEBRIA DE
HORTA

“En un
solitario valle del término de San Juan de Horta, al pie de la cordillera de
Collcerola y no muy lejos  de la
milenaria Iglesia parroquial de San Genís dels Agudells , se levanta entre
pinos y matorrales, junto a un alto y corpulento ciprés, la ermita de Sant
Cebrià, dedicada al culto de los martiris san Cipriano y santa Justina.

Hasta hace
pocos años, los robustos pinos,  robles y
encinas que poblaban con gran profusión este paraje, le daban un aspecto
agreste y selvático que ha perdido hoy, en gran parte debido a las continuades
talas que han sufrido sus bosques; no obstante, conserva todavia algo de su
Antigua exhuberancia, y continúa siendo lugar de encantadora bellesa y de grata
y apacible soledad.

La
antiquísima capilla de los Santos Cipriano y Justina forma parte de un nutrido
grupo compuesto por otras circunvecinas, entre las que podríamos citar: la de
San Onofre, hoy desparecida, que havia estado emplazada junto a la plaza dels
Josepets, contigua a la riera de Vallcarca; la de los dos santuarios marianos
de la Virgen del Carmelo u de NUestra SEñora del Coll, que han dado su nombre a
las populosas barriadas formadas a su alrededor; la de la Santísima Trinidad  en el coll de Finestrelles; la de San Medir,
en la que los gracienses continúan celebrando todavía su típica y popularísima
romeria anual; la capilla de plantancircular de Santa Maria del Bosc,
vulgarmente conocida por Sant Adjutori; y por fin, el pequeño templo de Santa
Maria de Valldaura, cuna del cenobio de Santes Creus, y, más tarde lugar
escogido para la fundación del momnasterio de religiosas Clarisas, las mismas
que se instalaron en Pedralbes, convertida más tarde en capilla real por su
emplazamiento junto a la mansión de recreo o breve palacio de los reyes de
Aragón. 

De entre
todas estas capillas que acabamos de numerar, sobresale la parva y humilde
ermita de sant Cebrià, no solo por la antiquíssima devoción de los vecinos de
la Ciudad de Barcelona y su territorio hacia 
los mártires titulares de aquella, si 
que también porque aquel solitario y 
venerable lugar quedo santificado 
con la presencia de dos grandes y bienaventurados fundadores; Francisco
de Asís e Ignacio de Loyola.

Según
refieren las crónicas, la fama de las grandes virtudes  del seráfico Padre san Francisco llegó hasta
Barcelona ya en vida de aquel y acrecentóse de un modo especial en la
oportunidad de una breve estancia de aquel patriarca  de los pobres en el eremitorio de Sant Cebrià
de Horta, tan próximo a nuestra Ciudad. La notícia de su presencia en aquel
humilde i devoto lugar prontamente cundió por todos los ámbitos de la urbe  barcelonesa.

El pueblo
creyente de Barcelona, ante tan gran acontecimiento, abandonó en masa la
Ciudad, y siguiendo la ruta de un antiguo camino, emprendió, en compactos
grupos, la marcha hacia el paraje de Sant Cebrià, llevado del noble afán de ver
y admirar al hombre extraordinario que era aquel austero Fraile que venia
precedido de universal fama de santidad y que había emprendido un viaje muy
largo  y erizado de peligros  para llegar hasta el mismo sepulcro  del apòstol de Jesucristo en la Ciudad de
Santiago de Compostela.

Barcelona
representada por sus  prohombres, se
dispuso a dar satisfacción  a los
sentimientos religiosos de sus conciudadanos apresurando el envio de unos
comisionados con el encargo especial  de
ir a visitar  al Pobrecillo de Asís  e invitarle a entrar en la Ciudad que tenia
tan cerca, con el laudable fin  de que
fuera honrada con su presencia.

Condescendió complacido el santo varón a la atenta
demanda  de los magistrados barceloneses,
dando  al mismo tiempo visibles  muestras de agradecimiento por la espontánes
demostración tan ostensiblement 
manifestada por parte de la Ciudad. Però la humildad del santo de Asís
corria pareja con su gratitud, y para 
evitar mundanas ostentaciones abandonó el paraje eremítico de Sant
Cebrià, escoltado tan solo por algunos de sus compañeros de religión, para
dirigirse  silenciosamente  via recta  hacia el hospital de San Nicolás, situado, en
aquel entonces,  extramuros de Barcelona,
junto a la orilla  del mar.


Noticiosos  los regidores 
barceloneses de la presencia del santo huésped en el mencionado
hospital, y, después de las salutaciones de rigor. Rogarónle se dignase
predicar un sermón, demanda que fue 
gustosamente atendida  por
Francisco.

Refiere
asimismo la tradición  que la venerable
ermita de los Santos CIpriano y Justina fue visitada con frecuencia  por el gran 
padre San Ignacio, fundador de la compañía de Jesús, antes y después de
su peregrinación a Tierra Santa, así com también a su regresso del no lejano
monasterio de Santa Maria de Montserrat.

En los anales
históricos de la capilla ermitana de Sant Cebrià, consta que ésta fué la cuna
de la orden de los Mínimos o frailes de san Francisco de Paula, a raíz de la
fundación de su primer convento en Sant Cebrià d’Horta en 1493, contando para
ello con la decidida y entusiasta protección del rey don Fernando el Católico.
En el aludido novel cenobio residió, en calidad de de conventual del mismo,
fray Bernardo de Boil, que primeramente fue benedictino del Monasterio de
Montserrat y, después, religioso mínimo, primer apòstol de las Indias y compañero
de Cristóbal Colón.

Durante el
pasado siglo (XIX) y a principios del actual, Sant Cebrià  fue uno de los lugares predilectes para la
celebración de aplecs y romerias, destacando entre éstas las organizadas por
los feligreses vecinos  de las barriadas
de Gràcia y Horta, de carácter penitencial y de públicas rogatives las más
veces. La más importante  de todas estas
romerías era la que acostumbraban a celebrar las parroquias de Gracia el
Domingo más próximo a la festividad de los Santos máertires Cipriano y Justina,
titulares de la referida ermita, y que la Iglesia conmemora el dia 26 de
septiembre.

El pequeño
templo dedicado al culto de San Cipriano y santa Justina no presenta, ni
interior ni exteriorment, estilo alguno determinado.

En otro
tiempo dentro de la referida  capilla
exhibiase en su único altar un retablo de estilo plateresco en cuya hornacina
central estaban representades las imágenes de los Santos mártires y patronos de
la ermita, y en las dos hornacinas laterales se mostraban las figuras de san
Francisco de Asís en la parte del Evangelio y la de san Ignacio de Loyola en la
de la Epístola. Al pie de cada una  de
estas dos imágenes, una leyenda en latín 
y catalán conmemoraba  la estància
de ambos santos fundadores en aquella capilla eremítica.  Las tres mencionades imágenes desaparecieron a
raíz de los sucesos de 1936; el retablo, sin embargo pudo ser salvado, y
actualment sigue en su primitivo lugar en la misma capilla.

Antaño sus
paredes  laterales hallábanse  repletes de una gran variedad de exvotos,
testimonios de agradecimiento por mercedes alcanzadas y muestras evidentes de
un acendrado y sincero fervor popular.

Los que, unos
años atrás, pudieron contemplar aún los encantos naturales que ofrecía la
frondosa selva de Sant Cebrià en la plenitud de su lozana y exhuberante  vegetación, evocarían, sin duda, el
recuerdo  de los transportes de alegria
que allí debió  sentir el glorioso padre
San Francisco  que con su misticismo  de inefable poesia acertó  tan maravillosamente  a alabar 
a Dios a través de la exhaltación de la naturaleza.”

Josep Maria
Madurell i Marimón (23 de setembre de 1945)

 

BIBLIOGRAFIA  

MADURELL I
MARIMÓN, Josep M.
Sant Cebrià d’Horta. Barcelona,
divulgación històrica. Vol. V. Aymà Editor. Barcelona 1948

 

   


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